domingo, 24 de febrero de 2008

Déjalo fluir (La isla Tuvalú)

(Para entender esto, será bueno revisar la primera parte)



La miré y me pareció ligeramente conocida, cuando me pidió encendedor lo expresé, al encender su cigarro.



- Cecilia, ¿Cecilia Arana?
- NO! No me llamo Cecilia, jajajaja...
- Entonces tu hermana menor se llama Cecilia.
- Tampoco, jajajaja...
- Entonces, ¿cómo te llamas?
- Me llamo ??????, ¿y tú?
- Yo soy RR, y creo que he llegado para cuando ustedes ya se llevaron toda la fiesta...



A gritos nomás, como la fluidez del idioma permite, comenzamos a conversar, aunque en un comienzo no había notado su acento y menos algún otro indicio de su origen. La Venezolana casi nunca venía a este local, prefería pasar sus fines de semana (La Venezolana dixit) en Sargento Pimienta, sin embargo ya era la segunda noche consecutiva ahí. Ambos estudiábamos Derecho, ella en la de Lima, mientras comentábamos lo paja que es una carrera donde la argumentación es lo principal junto con las ganas de "joder a algunos que se creen recontra vivos", le conté que estoy trabajando en un estudio y que después tendría que dejarlo por unos meses para ver lo de mi egreso. Le pregunté a ella como le iba, a lo que me respondió:



- Yo todavía estoy en generales, tan tía no soy, estoy viviendo mi juventud, ¿cuántos años crees que tengo?
- Mmmmmmm... 22, 18...
- ¿Ves? Adivinaste, 18... clarividencia...
- Eres Geminis...
- Ajá, ajá...
- Clarivideeeeeeeeeeeeeeencia...




En ese momento, una de esa canciones claves para iniciar bien cualquier cosa sonó: Eternamente bella de Alejandra Guzmán, canción que no dejé de adorar durante diecisiete años. La tomé de la mano y la lleve a la pista, mientras seguía hablando, riendo y escupiendo al hablar por haber tomado tanto, aparentemente.



- ¿Por qué te gusta tanto esta canción?
- Por lo buenos comienzos...




Siempre tuve desconfianza con los rastafaris con los que me topé alguna vez, entre otras cosas por su manía de vivir la vida sin hacer esfuerzos, el enorme jale que algunos tienen a pesar de no ser muy adeptos al jabón y sobretodo al shampoo y tal vez porque eso me hace común al resto de la humanidad: Suelo señalar como incorrecto al que percibo peligrosamente distinto a mí. Mas, había otra cosa que había percibido mientras lo veía pasearse por otras mesas del bar, en los que andaba pidiendo monedas a otros conocidos suyos.



Mi movimiento debía ser conservador: Seguir con la venezolana bailando lo más posible, sea lo que sea, así pongan Chochito Loco o alguna cumbia que se volvió a poner de moda. En efecto, así lo hice, moviéndome con la destreza de una gacela en peligro de muerte y manteniéndome dentro de los diez centímetros próximos a ella, como si ya fuera parte del campo magnético.




Ya cada quien estaba en su propio carrete y el mío estaba corriendo fino. Era lo único que tenía en la mente en ese momento, Venezolana, Venezolana, Venezolana, si depende de ambos, en este momento el expdiente J pasa de analista a archivo definitivo y a ver quien salva esa situación, ya era hora de construir sobre mi viejo cementerio. Parece que es el equilibrio justo cuando me dice que le encanta el Derecho, el hecho de florear a la gente y joder a los más poderosos a través del paso extraño de la ley. ¿Cuántos Halls habría chupado? No se le notaba casi nada en el aliento de toda la chela que supuestamente estaba tomando desde la tarde, tal vez sea bueno comprabarlo ahora que practicamente respiraba de su nariz y ella confiaba en mi cuello su estabilidad, ante cualquier rebalón de embriaguez. Era cosa de actuar rápido, exprimir sus labios morenos poco a poco hasta encontrar el camino ácido dos segundos después...



Me encantaba como husmeaba entre mis comisuras. Me daba una extraña comodidad la inmortal curiosidad de su lengua a pesar del presumible tufo a combinado de la muerte que había en mí. Fuimos a la mesa, casi desierta, a seguir bebiendo de la cerveza y de ella.



- Te juro que vuelvo a Sargento, jajajaja...
- ¡Ya, bravazo!
- Aunque sigan tocando salsa a cierta hora...



Ya no había más límite. Ya no había en mi ni asombro ni miedo por lo que estaba haciendo a pesar de estar perfectamente consciente y casi en todas las ocasiones anteriores, ser muy dubitativo en estas situaciones. Me encantaba su nariz, me regocijaba con ese combate ni amistoso ni pacifico ni conflictivo entre la mía y la suya, un combate sin establecer posiciones. ¿Qué importaba todo, si podía vivir con los ojos cerrados sin sufrir por la incertidumbre?



- Espérame un toque, ¿sí?



Pequeño detalle: Entre tanto deleite tactil, no reparé en ver su rostro, ni en seguir la dirección de los ojos. Mi seguridad es uno de los atolones del archipiélago de Tuvalú (o Islas Ellice), y no ante cualquier situación, sinoante maremotos certeros, de aquellos que existen tanto como los monstruos marinos que para los europeos, se ubicaban en mis coordenadas. Me quedé varios segundos mirando a Lindsay nuevamente, bailando con Alexander (el girngo que vino con nosotros), ya sin mayor importancia que la de voltear inadvertidamente hacia la Venezolana y nuestro amigo el rasta. Las imágenes, a partir de ese momento, fueron patéticas.



La Venezolana y el Rastafari parecían bailar una danza especial. Ambos movían las manos, los dedos índices arriba, el Rasta se volteaba y ella lo tomaba del brazo, él se señalaba el pecho, negaba con el dedo y volteba otra vez, y la Venezolana terminaba la coreografía con la única forma que tenía, aparentemente, de resolver sus problemas: Otro beso, y provisionalmente se queda, para renovarlo minutos después.



Más allá, como protagonista de otra escena similar, estaba Hernán en la barra. Fui a su encuentro mientra la Venezolana encontraba sus soluciones y le propuse ir a jugar un fulbito de mano antes de que amaneciera. Mientras lo haciamos y al menos ganaba algo, escuchaba los motivos de Hernán.



- Puta madre, nunca debimos traer a los gringos. El pata me ha cagado el carrete...
- ¿Alexander?
- Sí... ¿y a tí?
- No, a mí no. A mí me lo cagó el rastafari que está mangueando a tu amiga y a Alexander, ese tío no entiende lo que pasa.
- No debimos venir, esto de juntarnos con esos pastrulos nos dejó a los dos afuera. Mira a quien vino conmigo...
- Que al menos se vaya contigo, ¿no?
- No creo...
- Es tu chamba, cuñao. Tú no viniste como un extraño, yo sí...
- Pero ni cagando se notaba que el rasta era su enamorado...
- ¿Cómo saberlo? - mentí -. Difícil, si el tío le está tocando el culo a todo el mundo en la cara de la Venezolana...
- Fácil es sólo su agarre, el huevón la trata como una zapatilla.
- Sí, pero lo tuyo tiene solución, será mejor que impongas presencia y marques tu territorio, vamos adentro...



Nos volvimos a separar, yo decidí comprar una jarra más y tomármela, de todos modos sabía que no iba a caer tan bajo como otros de los presentes en ese local. Me senté en la barra y una figura conocida vino a mi encuentro: La Venezolana.



- ¿Me invitas un cigarro?



Se lo di, mientras tomaba mi vaso. Le ofrecí servirle pero no quiso (?). Simplemente nos quedamos callados un rato, yo miraba hacia el ambiente de baile, hacia otras mesas, hacia el hombre que ocupó el lugar de derrotado de Hernán: Alexander, que también había estado contactando con una desconocida de ahí hasta beto ha saber qué. Miré a la Venezolana, pero no tenía ganas de decirle nada, excepto una cosa.



- ¿Y tú amigo el de los dreps?
- No sé......... creo que está pidiendo para comprar una jarra más...
- Debe ser, es muy preocupado.



Mentira, ¿se hacía la estúpida? Estaba bailando pegadísimo con Beth, la chica con la que supuestamente había venido Alexander, y era mágico: No entendía como podía pegarse tanto con un reggaetón chacalonero. Volví a mirarla, y en ese momento vi a través de una ventana los primeros púrpuras del amanecer y a mis camaradas norteamericanos volviendo hacia sus cosas, recogiéndolas. Volví a mirarla, asomé mi rostro como quien se despide, pero agarré labio y terminñe mi cerveza.



- Oye, ¿cuál es tu celular?
- Ja, para que lo quieres...
- Hablamos pues...
- Está bien, tú dame tu mail entonces...



Trato justo, de paso comprobaba la verdad de los hechos que no iban a suceder. Me iba de la barra dejándola con la jarra vacía, mandando a la mierda al pendejo de los dreps que no estaba pidiendo más plata por salir del local. Jódete, mugroso...



- Oe, seguiste agarrando con la Venezolana - me preguntó Hernán -, ¿verdad?
- Eso parece, pero sólo eso.
- Pero ahí está, cuñao, también esta saliendo...



Ahí estaba, saliendo, ¿para qué? Extrañamente su enamorado había dejado de pedir plata y se estaba encargando de apapachar a Lindsay y a la amiga de Hernán, para luego de varios minutos ir al encuentro de la Venezolana con quien inició una segunda coreografía: Él empezaba moviendo el dedo levantando, ella trataba de detener los antebrazos del novio, y él la tomaba del rostro, de una forma más fácil se llegaba al final de la ecuación.



- Es su problema. Acompaño a los gringos, compadre - le dije mientras miraba al fondo del local -, ahí está tu problema. Ya ve lo que haces.
- No sé...
- Cuñao, tiene que irse contigo.
- ¿No estará buscando a Alex?
- Está amaneciendo, aprovecha si en verdad te interesa. Tú sabes que las mejores cosas nacen con la luz del sol.
- Tienes razón... aparte, se va a San Isidro, a otro lado...



Lindsay, Beth y Alexander estaban bastante exhaustos y alcoholizados, pero con muchas ganas de continuar la supuesta noche, que con marcados arañazos de amanecer parecía sobrevivir. La Venezolana y su novio seguirían bailando, es su noche; Hernán y su amiga venezolana caminaban a lo largo de la Av. Bolognesi, mientras Hernán intentaba dejar de lado cualquier interrogante y acercarse, por lo menos antes de tomar el taxi y se le acabe su noche, la que continuaría, como dije, a pesar de haberse olvidado.

3 comentarios:

P dijo...

"¿Y tú, qué esperas para echar más tierra encima?"

Me dio risa eso. Creo que todo el mundo está viendo los academy awards ahorita (incluyéndome), sólo que yo estoy totalmente devastada por la pérdida de Cate. Creo que las venezolanas son algo peligrosas, no deberías pescarlas (y mucho menos en barranco o miraflores).

Carlos Caillaux dijo...

Ya entiendo tu comentario anterior, la segunda parte solo confirma lo que (supuse) podía pasar.
Saludos.

Anónimo dijo...

vaya, estas experiencias ponen parche... ya si lo dejamos es asunto nuestro.
que será que somos medio masoquistas?