La paradoja de lo imposible: G (Parte I)
Una de las cosas que más recuerdo de lo poco que pude leer de Filosofía en mi vida es aquella propuesta de Kant: El ser humano, en sus pretensiones y deseos, siempre tendrá un límite y para demarcarlo, debe conocer más allá del lugar donde trazará aquella "línea". Siempre me pareció fascinante esa triste paradoja de las posibilidades de la humanidad, me recuerda todo el tiempo a aquellas pingües y limpias ganancias que son recortadas por la condenada retención de IGV, por los indeducibles de los Selectivos al Consumo y también de Renta y así, hasta que aquel saco exhorbitante termina alcanzando al menos para irse en taxi.
También pienso en eso cuando veo de lejos a G, cuando la saludo con la frialdad que me permiten (felizmente) los años y otras estúpidas distancias. Estúpidas, realmente...
Conocí a G muy de casualidad. Tenía que terminar un trabajo grupal y me había comprometido a llevar un artículo bastante pesado (un VHS, entonces el DVD no entraba en mi sistema) para ese objetivo. Día Domingo frío de invierno del álgido 2003, el día anterior no había dormido por culpa de mis pastillas y hoy... pues caminaba por esas calles estrechas de mi agridulce San Miguel, pensando que parte de mi castigo por lo de M-I era cargar mi armatoste hasta la casa de JL, como a cinco cuadras del paradero. Me hubiese aliviado saber que estaba cerca de aquella casa el hecho de saber la dirección, cosa que había olvidado y cosa que no podría recordar porque estaba en una urbanización llena de manzanas A, B o C, y lotes, este ser metropolitano estaba más desorientado que la túnica de Jesús entre los soldados romanos.
Ya era hora, joder. Al menos sabía que estaba en la calle correcta, perdería mucho tiempo tocando cada timbre, mejor gritaba su nombre, no creía que hubiese alguien durmiendo a las 4 p.m. En ese momento, salió una mujer esplendorosa de una puerta no muy cercana a la mía, se aprestaba a cruzar el asfaltado a quién KAS sabrá qué, esplendorosa para mí, en su vestimenta de domingo, en su cabello amarrado y en su forma de trotar levemente en un invierno que parecía obligar a todos a caminar acurrucados. Era lo que yo buscaba, aparte de una mujer, alguien que me dijera qué puerta era la de JL, matar dos cotorras de un cañonazo, ¿pero así? ¡Por el amor de Diógenes Rosales Papa! No sabía en que andaba pensando, yo también estaba "de domingo", con buzo, ya algo sudoroso y con 92 kilogramos bastante evidentes, aparte que ya no tendría tiempo de hacer algo más y por entonces, no tenía divisas, había pasado un poco más de un año y medio del incidente de LMS y eso me tenía aún algo convaleciente. Pensé que, al menos, me diría dónde vive JL y san se acabó; eso sí, nada de "disculpa", "perdón", que tú no tienes la culpa de nada (Moncholete dixit).
- Eeeehhh, DISCULPA - comenzamos mal, que huevón que solía ser -, estooo, mujer - sigues hasta las huevas, pregúntale de una vez y pégate el tiro de gracia -, de casualidad, ¿tú sabes en qué casa vive la familia MH?
- Ah, sí - sonreía, mal síntoma porque posiblemente se burlaba de mí y de mis desafortunadas y concurrentes compañeras de ruta tartamudez y sudoración -, yo vivo ahí, es la puerta de madera...
- ¿De madera?
Esta vez ser reía de lo que ella dijo, ya había puesto el paño fresco en la inflamación.
- Ah, vienes por JL para hacer ese trabajo, ¿verdad? Él salió, no sé cuanto demorará...
- Y yo con mi máquina, ¿no vino nadie más? ¡AAAAAAAAAAHHHH!
Ella se puso en alerta y vio el auto que estaba pasando por esa calle, cuyo chofer sólo sacó la mano y toco el claxón, mirándonos con cara de "Hagan vida social en la verdad, jijunas". Eso comenzamos a hacer.
- Felizmente no solté mi caja negra.
- Oye, voy a la bodega de ahí, ¿me acompañas?
Caminamos pocos metros, compró "lo que tenía que comprar" y nos retiramos conversando sobre lo gracioso que era ver un carro en un lugar como esa urbanización, un día domingo. Entramos y dejé en un lugar adecuado aquel aparato mío tan querido y entré al baño: Sólo necesitaba limpiar mi cara un poco y revisar que no haya algún rastro indeseable de sudor en otras partes, no sabía porque estaba así de abochornado en una tarde tan invernal.
- ¿Cómo te llamas?
- G, ¿y tú?
- RR, aliviado de toparme con algo de humanidad... ¿tú también estás en la PUCP?
- Sí, en Ingeniería ya, ¿y tú?
- Bueno, Generales, y todavía no sé a qué voy, ni dentro de cuanto. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Civil?
- Sí, ¿cómo sabes?
- Pues, la verdad no sé, tal vez te hubiera reconocido al vuelo por la marca es de... en la cintura, ¿cómo se llama eso? Tiene un nombre rarísimo, ¿centímetro?
- Sí, jajajajaja, pero usamos uno más grande, ya no entra entre la cintura y el pantalón...
Seguimos hablando sobre los polos opuestos dentro de la universidad (Ciencias y Letras), de lo que hacía cada quien y de lo que tenía que hacer con JL y los que llegaran más tarde. Demoramos bastante, pero terminamos ese trabajo ese mismo día...
El único que no termino su trabajo a las 11:23 p.m. fui yo, por supuesto dejé mi VHS ahí, pensando cuando sería adecuado volver...
También pienso en eso cuando veo de lejos a G, cuando la saludo con la frialdad que me permiten (felizmente) los años y otras estúpidas distancias. Estúpidas, realmente...
Conocí a G muy de casualidad. Tenía que terminar un trabajo grupal y me había comprometido a llevar un artículo bastante pesado (un VHS, entonces el DVD no entraba en mi sistema) para ese objetivo. Día Domingo frío de invierno del álgido 2003, el día anterior no había dormido por culpa de mis pastillas y hoy... pues caminaba por esas calles estrechas de mi agridulce San Miguel, pensando que parte de mi castigo por lo de M-I era cargar mi armatoste hasta la casa de JL, como a cinco cuadras del paradero. Me hubiese aliviado saber que estaba cerca de aquella casa el hecho de saber la dirección, cosa que había olvidado y cosa que no podría recordar porque estaba en una urbanización llena de manzanas A, B o C, y lotes, este ser metropolitano estaba más desorientado que la túnica de Jesús entre los soldados romanos.
Ya era hora, joder. Al menos sabía que estaba en la calle correcta, perdería mucho tiempo tocando cada timbre, mejor gritaba su nombre, no creía que hubiese alguien durmiendo a las 4 p.m. En ese momento, salió una mujer esplendorosa de una puerta no muy cercana a la mía, se aprestaba a cruzar el asfaltado a quién KAS sabrá qué, esplendorosa para mí, en su vestimenta de domingo, en su cabello amarrado y en su forma de trotar levemente en un invierno que parecía obligar a todos a caminar acurrucados. Era lo que yo buscaba, aparte de una mujer, alguien que me dijera qué puerta era la de JL, matar dos cotorras de un cañonazo, ¿pero así? ¡Por el amor de Diógenes Rosales Papa! No sabía en que andaba pensando, yo también estaba "de domingo", con buzo, ya algo sudoroso y con 92 kilogramos bastante evidentes, aparte que ya no tendría tiempo de hacer algo más y por entonces, no tenía divisas, había pasado un poco más de un año y medio del incidente de LMS y eso me tenía aún algo convaleciente. Pensé que, al menos, me diría dónde vive JL y san se acabó; eso sí, nada de "disculpa", "perdón", que tú no tienes la culpa de nada (Moncholete dixit).
- Eeeehhh, DISCULPA - comenzamos mal, que huevón que solía ser -, estooo, mujer - sigues hasta las huevas, pregúntale de una vez y pégate el tiro de gracia -, de casualidad, ¿tú sabes en qué casa vive la familia MH?
- Ah, sí - sonreía, mal síntoma porque posiblemente se burlaba de mí y de mis desafortunadas y concurrentes compañeras de ruta tartamudez y sudoración -, yo vivo ahí, es la puerta de madera...
- ¿De madera?
Esta vez ser reía de lo que ella dijo, ya había puesto el paño fresco en la inflamación.
- Ah, vienes por JL para hacer ese trabajo, ¿verdad? Él salió, no sé cuanto demorará...
- Y yo con mi máquina, ¿no vino nadie más? ¡AAAAAAAAAAHHHH!
Ella se puso en alerta y vio el auto que estaba pasando por esa calle, cuyo chofer sólo sacó la mano y toco el claxón, mirándonos con cara de "Hagan vida social en la verdad, jijunas". Eso comenzamos a hacer.
- Felizmente no solté mi caja negra.
- Oye, voy a la bodega de ahí, ¿me acompañas?
Caminamos pocos metros, compró "lo que tenía que comprar" y nos retiramos conversando sobre lo gracioso que era ver un carro en un lugar como esa urbanización, un día domingo. Entramos y dejé en un lugar adecuado aquel aparato mío tan querido y entré al baño: Sólo necesitaba limpiar mi cara un poco y revisar que no haya algún rastro indeseable de sudor en otras partes, no sabía porque estaba así de abochornado en una tarde tan invernal.
- ¿Cómo te llamas?
- G, ¿y tú?
- RR, aliviado de toparme con algo de humanidad... ¿tú también estás en la PUCP?
- Sí, en Ingeniería ya, ¿y tú?
- Bueno, Generales, y todavía no sé a qué voy, ni dentro de cuanto. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Civil?
- Sí, ¿cómo sabes?
- Pues, la verdad no sé, tal vez te hubiera reconocido al vuelo por la marca es de... en la cintura, ¿cómo se llama eso? Tiene un nombre rarísimo, ¿centímetro?
- Sí, jajajajaja, pero usamos uno más grande, ya no entra entre la cintura y el pantalón...
Seguimos hablando sobre los polos opuestos dentro de la universidad (Ciencias y Letras), de lo que hacía cada quien y de lo que tenía que hacer con JL y los que llegaran más tarde. Demoramos bastante, pero terminamos ese trabajo ese mismo día...
El único que no termino su trabajo a las 11:23 p.m. fui yo, por supuesto dejé mi VHS ahí, pensando cuando sería adecuado volver...
2 comentarios:
Apurate con la segunda parte!!
Gracias por desearme un buen año bro!...la propuesta de Kant es genial y triste, como tu dices, es bueno tu blog y es bueno saber de un compa más de la cato.
Salu2! que te vaya bien
mirvan
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