Rencor, ¿mal? necesario: El querer (Parte III)
Juró que apreté cada botón 40 segundos después de apretar el anterior.
En el primer intento, sólo llegué a marcar cinco número; en el siguiente, sies, al igual que en el tercero. Hubo intervalo de varios minutos entre intentos.
Repentinamente, desde mi cálida celda de autocrítica autoimpuesta por una razón de la que recién descubrí su sinrazón, tenía en mis manos el destino de mi cerebro y el de alguien más. A pesar de todo, en esa noche de largo sueño prolongada hasta el atardecer siguiente, sólo pude engendrar ganas de comenzar de nuevo, como en las ocasiones anteriores sólo que esta vez sabía la verdad y estaba dispuesto a olvidar todo lo que había pasado. De todas maneras, resultó que la vida de LMS tampoco fue un edén después de mí, más bien fue opulenta en tropiezos, desilusiones y consuelos insuficientes, y gracias a todo ello, podía haber aprendido ciertas cosas y era de esperarse que haya cambiado después de un poco más de dos años de todo ello, sobretodo ese domingo en el que cumplía un año más de distancia de aquella niña cimbreante y ágil hasta en mis brazos. Sí, era su cumpleaños.
Marqué de nuevo, esta vez estaba decidido a hablar después de su primer aló. Los siete números de un sólo golpe y no dejé un segundo de silencio en esa primera porción de una conversación histórica.
- Hola, LMS, soy yo - hasta ahí, voz firme -. Quería saber de tí y saludarte, sé que hace años que no hablamos - suavicé mi voz, mejor dicho, aflojé - . Pero sé todo lo que pasó y...
- ¿Qué es lo que quieres decirme?
- Sé que te parecerá extraño porque nunca te he saludado por tu cumpleaños - evité cualquier titubeo y no di pié a que me respondiera -, el cual nunca olvidé. Sé lo que pasó y debes escucharme aunque quieras colgar...
- Adivinaste - dijo, alargando la voz -, eso es lo que quería hacer.
Su única y definitiva respuesta fue el clic del auricular. Me quedé buen rato con el teléfono descolgado, con la mirada baja como si hubiera hecho el ridículo o algo digno de arrepiento. El silencio era lo único que se quedaba conmigo en ese momento donde el atardecer limeño, sus colores y Captain and Tenille conspiraban para hacerme sentir más triste y solitario que nunca. Hice desfallecer mi erección corporal sobre mi cama, luego me levanté violentamente y caminé desde mi cuarto hasta la puerta de mi casa, como suelo hacer cada vez que cualquier sentimiento explota en mi interior y me produce esa locmoción incontrolable.
Tanto tiempo y ella seguía con la misma respuesta, que al igual que su personalidad parecía que no había cambiado en absoluto. Tantos meses y no podía ¿perdonarme? ¿Perdonarme qué? Si ella no cambiaba y seguía con ese cinismo, yo tampoco podía quedarme así, sobretodo después de ello. Al fin, era hora de cambiar y movilizarme.
Esto sí no podía permitírselo, ahora sí no tenía donde refugiarse sino en la mierda.
2 comentarios:
Lo siento, pero no parece que a ella le importe nada esa relación. Una mujer enamorada no cuelga de esa forma. Es doloroso! Pero, Adelante.
Claro, adelante... con un año de atraso.
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