sábado, 13 de octubre de 2007

Sequedad: Seco ¿y...?



Salar de Uyuni, Bolivia. Otra vista del mismo lugar del post anterior, el cual hace millones de años solía ser un sólo cuerpo de agua con el lago Poopo, Uru uru y el Titicaca, que a la llegada de los españoles con el descubrimiento de los yacimientos de Potosí era un lago medianamente profundo y solitario, y hoy es simplemente un lugar turístico. El reflejo de la foto no se debe al agua, sino al reflejo de la luz solar en los cristales de sal del suelo.




El origen de todo esto se situa en la primera señal de sequedad.




Si hay un ser viviente sobre la tierra que tiene bien grabado en su inconsciente que nada es eterno es el ser humano, aquel sentimiento que hace ver todo, más allá de su verdadero valor, como precario, que nunca será totalmente suyo ni durará para toda la vida aún cuando el presente que vaya pasando valga un siempre. Y algo así funciona con muchos de nosotros: Las formas de pensar, de sentir, de relacionarse, y hasta de manifestar el ser a cada paso serán distintas porque una parte de nosotros muere o, sonando menos trágico, se acaba, dependiendo de la situación y de la existencia que escasea.





Y en esta semana extenuante me he preguntado sobre ello, en mis pocos momentos de pacífica y relajada lucidez, ahora que así lo siento. ¿En algún momento me acabaré yo? ¿En verdad, puedo secarme y desaparecer, convirtiéndome en ese salar de la foto? No me refería precisamente a morir. Esa pregunta, en una versión de milésima de segundos, me la hacía interiormente, mientras fundía mi cuerpo con el de una mujer que me pedía derretirme hasta el punto de perder cualquier tipo de estado (sólido, líquido, gaseoso o coloidal) junto con el suyo, incesate y necesario, yo podía acabar casi al ritmo de ella y su esfuerzo al desgarrar mi piel... ¿hasta desaparecerme? Pude llegar a un punto insospechado, pero no lo hice, permaneciendo los dos en esa placentera certeza, tal vez conformista y cómoda en su ignorancia.





Alguna vez pensé en la paradoja de lo imposible de Kant como introducción y fallida explicación de uno de mis peores post (he vuelto a leerlo y estoy seguro de ello), en la que el hombre fija sus límites racionalmente, un poco antes del lindero de sus conocimientos. Este límite no es de aplicarse en estos casos de fobia o temor inconsciente, y simplemente nunca he querido dar más por una sola razón: TENGO MIEDO A SECARME. No solamente en el sexo (lo cual sería la excusa perfecta para la cantidad de precoces que existen), el cual tiene entre sus factores mágicos la incertidumbre salvaje que consiste en el desconocimiento de todo límite, sino también en otras manifestaciones de la divinidad humana residente en la oscuridad, los cuales sí pueden derivar en insatisfacción.






La mayoría de textos que escribo (salvo los de trabajo, claro está) son inconclusos. Nunca pongó el clinch perfecto o he intentado el relato impoluto porque muchas veces temo que sea el último, así como estos días temí que el post del domingo pasado haya sido el final y que la mielina que facilita mi sinapsis se me haya acabado; no he dicho nunca todo lo que he sentido por todas las personas por las que he sentido, pues al exprimirlo todo quedaría plenamente indefenso y posiblemente sin más. Es una idea recurrente en mí, y creo que en muchos, eso de "no poder enamorarme así nuevamente" y tal vez no querer hacerlo, la razón es sencilla: También he pensado que en algún momento la dotación de amor que uno tiene para repartir se puede acabar definitivamente, y a tal cantidad de pasos en falsos y borbotones desperdiciados, unos sin darse cuenta y otros como yo habrán quedado secos y... ¿cómo saber si es renovable? Nadie nunca aclaró si las ideas son o no eternas, posiblemente porque ese círculo de pensadores tenía miedo de destruir su idealismo perfecto.





Lo he dicho así: Tengo miedo de caer tanto como aquella vez, pues puede ser la última, aunque suene prematuro pensar en ello a mis veintipico años, pues son mis últimas fichas y si pierdo, puede que tenga que retirarme de las apuestas. Temo poner toda la energía posible porque tengo la sensación de perder toda fuente de manera definitiva. Eso nos pasa a todos y, paradójicamente, esta sensación incierta ataca más a los seres más racionales.




Aún así, todavía creo que tengo una reserva cuya utilidad, con el tiempo, desconozco aún más. El excedente de la experiencia, ¿contará como carga sobre mis hombros o como algo útil? Suele ser de ambos, para bien o mal, aquel reflejo del mundo que siempre representa uno siendo lago y que es lo único que le queda en su etapa salar, como Uyuni y su doble cielo en el espejo de agua falso, cuando llegue a secarme, si es verdad aquel temor mío, nuestro...

3 comentarios:

SomeDevil dijo...

entiendo lo que dices, ese miedo lo tengo.

EmPapeLada dijo...

Temor a volver a enamorarse... diste mucho la otra vez... temes que 'el amor se gaste'... nada es eterno...

No son simples desvaríos, rendirse a entregarse al amor a los veintipicos como dices tú, creo que es muy prematuro. No puedo decirte "ánimos, todo saldrá bien", porque me encuentro en (casi) la misma situación. Sólo que intento pensar en otras cosas. :) Suerte.

Anónimo dijo...

Sí, es un miedo que llevamos a lo físico, lamentablemente. Un hombre frío, piensen en ello, es como un tundra que antes fue desierto.

Gracias, realmente es más que suficiente el hecho de sentir que no le estamos hablando a una pared, ¿verdad?