domingo, 7 de octubre de 2007

Visiones, espejismos y... regreso a la miopía...

(Para entender esta historia y cierta parte de mi vida, tienen que leer su precuela: Visiones, espejismos y... y sabrán porque este texto narra una contrarremontada)





La combinación del vino, cerveza, salivas y cansancio hizo que ambos cayésemos exhaustos entre las sábanas, en la primera posición que encontraramos en el colchón, ya sin pensar en aromas o más abrigo del que ya había por las cubiertas y por lo térmico de nuestros movimientos anteriores a nuestro "deceso". Podría pensar que esa cama parecía un islote rodeado de restos de un naufragio aún flotando, sin saber que los mayores tesoros eran los más pequeños e imperceptibles.




Lo que me despertó fue la mano de K moviendo la mía de su cintura, sorprendido. Abrí los ojos en medio segundo y percibí el techo como una masa esponjosa, una nata de leche o mi peor temor: Una de esas habitaciones de casas de reposo, con las paredes llenas de esponja, gracias a la ineficiencia del Prozac y del Paxil, mientras que todo lo anterior, el cumpleaños, el vino, el parque y aquella noche de generosa sicalipsis sólo había sido un buen sueño, con tan realistas efectos especiales que hasta había estallado en mis venas.





Me levanté y confirmé que no era así, aunque no podía divisar bien el televisor, ni el cuerpo de K ni su despeinado diciendo pesadamente que se le había hecho muy tarde y que en su casa la iban a matar. Pensé en la posibilidad de la mala combinación de tragos aunque recordaba muy bien todo lo de la noche anterior y no sufría de ningún dolor, así que sólo me quedó descartar, desorientado, y mover la mano entre los cigarros, el cenicero, los celulares y... nada. Veía borroso, muy borroso, y no me quedaba otra sino quedarme quieto para responderme lo más rápido posible todas las preguntas que me acosaban.




- Oye, ¿estás resaqueado, no? - me dijo K, mientras terminaba de abotonarse y ponerse presentable para su casa, mientras mi cuerpo en 90 grados estaba inmóvil -. Perdóname que te deje, pero mis papas deben estar echando humo...

- K, no veo nada...

- Hemos tomado demasiado - me dijo, mientras tomaba mi rostro y me besaba la frente (!!!!)-, gracias por todo, ya nos veremos el lunes...

- K, en serio, no veo, ayúdame. No puedo hacer nada así...

- No te preocupes, no te levantes, yo puedo tomar el carro, ya es de día. - Por favor, ayúdame a buscar mis lentes de contacto...




Sonó su celular, era su mamá, a quien K respondió que se había encontrado con una chica de la universidad y que se había quedado a dormir con ella porque se habían pasado un poco de copas, mientras yo tanteaba en el suelo y su mamá le daba diez minutos para regresar. K decidió ayudarme, revolviendo el cuarto, las cosas, repasando el suelo con las manos en busca de algo, a medida que se le agotaba su tiempo y mi paciencia, obligándome a gatear y asomarme bajo mi cama. Volvió a sonar su celular y yo no encontraba ninguno de los dos.




- Tengo que irme, en serio, mil disculpas. Por favor, ten mucho cuidado si no puedes ver bien, no salgas...




Me besó de nuevo en la frente (!!!!!!!!!), me dio las gracias (doble dolor) y se fue, mientras yo tenía la esperanza de que nadie pudiese abrirle la puerta al menos para que tocara mi intercomunicador o pudiese reflexionar y volver. Tres, cuatro, cinco minutos, otros cinco y ya sabía que tenía que seguir buscando mis lentes, hasta que me di por vencido. Me vi forzado a gatear, a arrastrarme y revolver el polvo de aquel piso con mis brazos, utilizar un encendedor para buscar en la oscuridad, inhalando el moho y los ácaros de cuya existencia recién tomaba conciencia ahora, así como de las malditas sobredimensiones de esa habitación, un espacio demasiado grande para una persona enceguecida al caer la venda de sus ojos.



Recién en en ese momento pensé en algo más: Necesitaba que alguien me ayude, a lo que sea. Alguien que remueva hasta los cimientos conmigo, o que al menos me lleve a cualquier lugar fuera de ese encierro. Una palabra para pensar que esto no era una tragedia y que cuatro ojos ven mejor que dos.



Ese día tenía, como sea, que volver a mi casa de siempre a preparar unas cosas que tenía que llevar a mi base y, como casi todo el dinero que me sobraba de esa semana me lo había gastado ya, a pedir un préstamo familiar de emergencia. De todos modos, necesitaba ahora para comprarme unos lentes de verdad; ya me había dado cuenta que en dos semanas los lentes de contacto no me habían detenido para nada el incremento de la miopía y lo fácil que podían extraviarse, salvo que me ayudasen a encontrarlos en mi nuevo refugio, invitándolos a invadir (nuevamente) una privacidad infranqueable que me había costado bastante ganar.





Así como la parafernalia infantil de las guarderias en luz solar se convierte en mazmorra del terror en las noches, Lima se había convertido en un coro de ángeles luminosos y funestos, con sus villancicos, sus luces aún prendidas, guirnaldas que me parecían serpientes, árboles de un infierno que ya había llegado: Crepitaciones no sólo de ese año, sino de aquel cuerpo que había viajado a miles de sueños-luz, tal velocidad que al llegar a la atmósfera, comenzó a desintegrarse rápida e inevitablemente. Tuve que cruzar mezclado con comerciantes, estudiantes sabatinos (supuse que eran eso) y trabajadores hacia la otra acera de la Av. Tacna, apoyado en ellos mientras podía, sintiendo la proximidad de algún auto por el impacto de aire en mis costados, sin la posibilidad de responder adecuadamente a los improerios de algunos choferes cuando me perdí de ese grupo. Tomé la combi a gritos, sin saber que línea era, preguntando si iba a la Av. Brasil y que por favor me avisara en la cuadra donde debía bajar, en la que simplemente me guié por las masas que avanzaban y dejaban avanzar, por las moles que se me hacían más o menos conocidas, pero difusas en mi mente aún estremecida.





No había nadie en mi casa. Era el momento propicio para entrar a mi cuarto de siempre sin cerrar, aquel de noches con días y tardes incluídas, y recostarme, cerrar los ojos y no ver ese látido rojo con el que mi cuarto parecía devorarme. O entregarme a un enfrentamiento provocado por un mareo me impedía dormir, sólo me dejaba espacio para una culpa que no tenía que ver con el alcohol y las combinaciones, y para pensar que el hecho de tratar de cambiar mi vida de esa forma y de olvidar todo lo que sentía en una sola pasada.





¿Por qué quería esto? Sólo había sido una distorsión, un buen momento que nunca estaría entre mis buenos recuerdos porque finalmente sólo fue una acrobacia de las circunstancias. No me servía para nada pasar noches así, si al día siguiente me vería forzado a buscar a tientas, a gritos y tropezones el camino de vuelta; LMS no hubiera dejado en ese estado, mejor dicho, no lo hubiese ni forzado y si no, tal vez su presencia hubiera servido para no profundizar más esa pequeña crisis, permanecer en casa a comer algo y convertirlo en un accidente casero sin mayor significación que la que puede tener una anécdota de pareja. Un momento así no podía ganarlo en ninguna noche, tal clarividencia sólo podía darse con la luz del sol y de un idilio sólido, una mano en la mía y otra en mi hombro va más allá de los sólo placeres de una noche con aquella y que en días como ese no estaba...





Mientras barajaba esa posibilidad entre mis manos ausentes de otras, no evité las lágrimas, ni el sollozo contra mi almohada, sintiendo que estaba apartado hasta de mi propio sueño, en un lugar sin salidas visibles y vueltas inevitables llamado soledad. La sentía tan propietaria de mí, que había vuelto a pensar en ella, la culpable de esa soledad, madre del resto de circunstancias que acabarían en situaciones así, una con otra...









PD1: Obviamente, me compré otros lentes esa misma tarde. La tristeza de esa mañana se compensó con aquella montura que había escogido. Para mis padres, por siempre, habrá sido un accidente de pichanga.



PD2: Después de eso, procuré evitar a K lo más posible. Hasta que un día me devolvió uno de los lentes, que se había metido en uno de los zapatos, beto a saber cómo...


PD3: El bajón no pudo ser peor, la primera mitad del 2004 me recibía con 92 kgs. y en nuevo estado decadente.

4 comentarios:

violeta. dijo...

:)

la vida es miope

EmPapeLada dijo...

Vaya, vaya....todo tiene su final, nada dura para siempre, dice la canción, y no sé si vaya tan acorde con esta historia.

Lo que sí es que una noche con una chica no puede arrancar del corazón a alguien (en tu caso, LMS), pero ..creo que no valió la pena el intento verdad?

Mis medidas son 6 en cada ojo, imagínate qué sería de mí sin mis adorados lentecillos. Lindos por cierto.

Y sobre la posibilidad de usar lentes de contactos, tu historia sirvió para descartar esa posibilidad (bueno ya estaba descartada, pero ahora más...)

Anónimo dijo...

Violentate-salvaje-amor: La vida es miope e ilusa, un poco salada de cuando en cuando...

Lo que hasta ahora lamento es el costo de ese par de lentes. A veces, pienso que lo material puede trascender a ciertos sentimientos.

Empapelada: En realidad, esto nunca tuvo comienzo, nació muerto.

Debo reconocer que el intento valió porque, en términos meramente técnico-tácticos, fue una noche estupenda. El problema fue que no sirvió para comenzar de nuevo, fue estrella de sólo una noche.

Nunca lo hagas, las mujeres con lentes tienen un encanto increíble, le dan mucho misterio incluso a la mujer más predecible. A mí particularmente me encantan...

ENTRE BRUJAS dijo...

Qué te puedo decir...Según Violentateamor, la vida es miope.... yo añado que a veces el alma y los sentimientos también lo son. Unas veces para bien y otras para mal...
Y gracias por leerme. Que el universo conspire a tu favor!