viernes, 6 de febrero de 2009

Reflexiones sobre Keiko Sofia

"Desde que, en la más se­creta decisión de su vida –tanto que pro­bablemente ni Lucrecia llegaría a conocerla a cabalidad– decidió, por un breve frag­mento de cada jornada, ser perfecto, y ela­boró esta ceremonia, no había vuelto a experimentar los asfixiantes estreñimientos ni las desmoralizadoras diarreas.


Don Rigoberto entrecerró los ojos y pujó, débilmente. No hacía falta más: sintió al instante el cosquilleo bienhechor en el recto y la sensación de que, allí adentro, en las oquedades del bajo vientre, algo sumiso se disponía a partir y enrumbaba ya por aque­lla puerta de salida que, para facilitarle el paso, se ensanchaba. "

Mario Vargas Llosa, "Elogio de la Madrastra", 1988. Si no has leído este, te has perdido al mejor Vargas Llosa desde Conversación en la Catedral.




Advertencia: Este post puede parecer una copia triste de un post del buen Cisneros, pero no lo es; máximo, una inspiración muy tangencial. Si es sensible con esta noble función fisiológica humana, deje de leer.



UNO de dos

No podía evitar recordar a mi pata Micky en el viaje de promoción, lamentando haberme burlado tanto de él aquel mes de Noviembre de hace muchos años, cuando se retorcía de dolor y de impotencia al no poder destilar los restos mortales del pollo a la brasa y la pizza que se había empujado antes de las ocho horas de bus que nos separaban de Huaraz. Rumbo a la Cruz del Cóndor, iba aprendiendo a sentir la compasión hacia quienes se alejan del camino de la corrección gastronómica en el momento en el que más la necesitan.

El bus salió del hotel poco después de las 5:00 am, y la excursión de ese día sólo duraría hasta la 1:00 pm. Desperté un poco antes, lo suficiente para hacer abdominales y sentir un pequeño dolor que atribuí a las flexiones y no a la revolución que, como aristócrata, intuí pero decidí arrinconar en el silencio de los secretos inaceptables. Eran las 7:00 am cuando los sans culottes tomaron la armería parisina, para seguir modificando el universo en un solo día de verano.

A pesar de mi legendaria resistencia en otras ocasiones, mi estómago estaba sitiado, caído en la frívolidad de la bebida y, principalmente, la comida. Era como una patada en las gónadas, un dolor en la zona central del cuerpo que lo obligaba a cerrarse como una flor defensiva, impidiendo no sólo cualquier movimiento brusco, sino incluso algunos arrebatos de genialidad mental, sólo para concentrarse en evitar un big bang en ciernes.




Una de las cosas más importantes que aprendí en la vida laboral se resumía en una frase: "Pélate algo que te servirá mucho de un lugar al que nunca volverás", y eso había hecho con el rollo de papel higiénico del hotel donde dormí en Chivay. Un rollo entero, y la verdad, las sepulturas colgantes de los Collaguas me importaban un comino, literalmente podría disfrutar cagándome en ellas, así que mejor mantenerme parado e hidalgo en mi templanza, a la espera de un segundo milagro: Un lugar lo suficientemente limpio y seguro para explayarme, o plenamente impresentable y chocante, capaz de inhibirme totalmente por unas seis horas más.


7:15 am, parada en un control donde vendían choclo con queso, caldo de cabeza, huatias y sancallo, y los dioses aparentemente estaban perdonando mis arrebatos. Salí lo suficientemente raudo como para que nadie me detecte, como para que nadie me gane el water, como para que nadie sepa que esa reproducción multisensorial y a escala de la Coupe de la Bastille provenía de mi genio creador.

Aunque la primera conmoción corporal se debió a la rápida sumisión de mi piel ante la algidez altoandina extrema del material blanco del water sin cobertura de taza (limpio, felizmente, pero fríííííooooo), no tuve ningún complejo en evitar ruidos, ningún miedo de que ese escape jale mis tejidos interiores, hasta terminar consumiéndome y obligando a dejar hasta mi alma en ese inodoro, alcanzando el séptimo sentido, si es que en ese combate por la libertad y la defensa de otros ideales no estaba dejando ya unos cuantos kilos de lo que fui durante unas horas. El ruido de toda una ciudad entregada a la sublevación se había encerrado en ese cubículo ideal para turistas pulcros, con un rollo entero, hasta que al ir cesando, detectaba que el ruido de afuera también estaba cesando, como vencido por el otro del cual ya tomó conocimiento y esperaba su cántico de victoria.

- Hubo como pequeño temblorcito hace un rato - me comentó una compañera de viaje, ya en el bus, en el que guardaba el silencio ideal para convertir un secreto evidente en materia olvidada.

- ¿No serán las chelas de ayer?

Ya había pasado el temblor, por lo que recompensé a mi cuerpo con el más ácido y delicios sancallo que había probado en años.



DOS de dos


Lima, 18 de Diciembre del 2008, 8:55 am.

Después de mi salida del estudio, sólo llegué a casa a dormir, a recuperar el sueño que alguien me había quitado no sólo la noche de la masacre de la fiesta de graduación, sino de las noches de sueño tranquilo y seguro que había perdido gracias a la oficina de mierda. Eso no era lo único que había sacrificado.

Así como procuramos el cierre de calles desde las 5:00 pm del martes 16, también había previsto lo suficiente para reprimir mi estómago desde la hora en que debí dejar mi casa para pasar por C, por razones más que obvias, hasta... hoy. ¿Y el 17? Bueno, era el día del fin de mi periplo por el estudio (el cual, en mucho, tiene grado de responsabilidad por lo sucedido en esos días de mitad de Diciembre), después del final de la noche infausta y mi paseo reflexivo por el Campo de Marte disfrazado del-loco-muñeco-de-torta-al-que-le-malograron-la-boda-o-le-mataron-a-la-novia-en-el-altar-y-busca-venganza; eso no sólo implicaba un día entero de chamba...

Como dije, sin tener tiempo ni oxígeno para postearlo, ya de por sí es tremendamente difícil trabajar sólo con mujeres, y parte importante de esoson ciertas represiones. En la matriarcal oficina existe un baño, no lo suficientemente alejado como para que el tiempo y la distancia hagan olvidar mi ausencia entre esos escritorios, ni para que se desvanezca cualquier posibilidad de que alguien esté pendiente de mi regreso. Como asistente varón, único soporte emocional y principal encargado del trabajo sucio (Segunda Ley de Vásquez sobre Abogados: "A las hembritas no les gusta ir a la Av. Abancay, por eso siempre hay hombres en los estudios"), dicha posibilidad crecía, al ser mis movimientos los de la especie extraña, monitoreados, con el aliciente de que para ciertas cosas, los hombres somos más, bastante más, aparatosos y evidentes que las mujeres, aparte de que no tendríamos como encaletar la demora.

Después de encender la computadora, encendí un cigarro, aquel elemento que había alejado de mí desde el viernes que había pasado (día de la graduación), y que había suplantado por una Coca-Cola en la primera mitad del martes, no sólo para cerrar el estuario, sino para secar el río. Soy uno de esos partidarios del cigarrillo en momentos en que hay que agilizar el tránsito, más todavía en los que, a pesar de haber tomado la decisión, tenía que expulsar muchos malos elementos de mi interior. Active el Winamp, y puse por última vez, una de las canciones principales de la banda sonora de C y de lo que se suponía sería una noche de triunfo y gloria, como las de antes: La de Pointer Sisters (1982).


Ni siquiera cerré la puerta, seguro de que no había nadie más en la casa, por si acaso, puse la reja interior de la puerta, para que nadie me sorprendiese con su inusitado retorno a casa. Sentía una especie de fervor de un gentío dispuesta a celebrar su libertad, o un título que todavía estaba al alcance, pero poco a poco, me iba pareciendo que se acercaba a la trágica salida del Estadio Nacional en Mayo de 1964.

La salida algo problemática, fuera de forzarme a pujar, a soplar, a practicar respiraciones especiales de parturienta o incluso a arriesgarme a un estirón muscular en el hombro (cosa que le pasó a un compañero de universidad) me dio tiempo para intentar hacer la prueba de Bryce: Imagínatela cagando, viejo truco popular que no dio resultado, porque para imaginármela así, primero tenía que imaginármela bajándose los pantalones, teniendo problemas con los rollos de la cadera y sus muslos, luego haciendo lo propio con las bragas y... funciones incompatibles. De todos modos, no quería aplicar esa técnica para olvidar, a una semana de la navidad, con dos fechas más por jugarse y con la posibilidad matemática de ser campeón (para Baldor, todo es posible). Esa no era la libertad que yo deseaba ni por la que quería luchar, al menos eso pensaba.


Al terminar la precipitación, la gloriosa precipitación popular, el paso del Corso de E. Wong, la salida del equipo con sus bombardas y su pica-pica desde la popular, y sentir que mi cuerpo podía oxigenar al mismo ritmo, no pude evitar pensar en ella con la ternura falsa con la que se piensa en un compañero de naufragio, como a la resaca de todo lo perdido empozándose como un mojón de culpa en la mirada. Pensaba que debía tener una finalidad útil, y recordé una razón que precipitó mi renuncia: El mojón de perro que encontramos en la recepción, cortesía del can que metió el gamonal del estudio, a las oficinas, a modo de regalo de graduación para el único miembro masculino de la operativa del estudio. Eso está como para alimentarlos, al dueño y al perro...

Sin juicios concretos o presuntos de por medio, acerca de la demora, de los ruidos, de las dedicatorias de cada óbolo, me sentí lo suficientemente relajado para quedarme en esa cómoda posición, haciendo honor a ese precepto que antes mencioné: "Pélate algo que te servirá mucho de un lugar al que nunca volverás", con un almanaque de la Ley de Murphy del año 2007, que una antigua abogada había dejado ahí como recuerdo, a cambio de algo que, supongo, también se habría pelado.





Revisé el papelito de la fecha, 16-Dic, pero del 2007, que en esa versión era domingo, el domingo inmediatamente posterior a la última fecha con J. "No crea en los milagros: Cuente con ellos", decía, y definitivamente, me di cuenta de que ese almanaque era lo que más me hubiera servido entre las cosas que me llevaba del estudio.


Después de la obligatoria limpieza corporal, jalé la cadena. Para muchos elementos corporeos, es mejor no volver, no sabía si lo era para mí, al menos sí estaba seguro de volver a alguno de los lugares en los que estuve.

No pude evitar mirar con ternura aquel water, después de tanto tiempo de trato tan impersonal que tuvimos por culpa del maldito trabajo y del tiempo. Yo no podía ser tan frío con una entidad que conocía lo más íntimo de mi ser, mis devaneos respectivos, que medía mis estados emocionales de acuerdo al grado de visitas y que se acoplaba tan bien a cualesquiera de mis contexturas a lo largo de casi veinte años en los que vivimos juntos.

Update: Definitivamente, ese almanaque era del 2007. Respecto al milagro, de J no lo esperé tanto, pero lo forcé varias semanas después con resultados liberadores, tal vez debí continuar el mismo 16. En fin, a lo del final del 2008 también le jalé la cadena.



La película es una obra maestra: Le Fantôme de la Liberté (El fantasma de la Libertad) de Luis Buñuel.

2 comentarios:

Camisas dijo...

hola. es la primera vez que visito tu blog y me ha gustado, sigue así. te invito a leer un cuento de mi nuevo libro en http://camisaspadrino.blogspot.com/2009/02/crisis.html.

Yvonne dijo...

Yo por suerte tengo mis tripas bien amaestradas, todo en su momento, para eso si soy dictadora, no hago concesiones.